En tiempos de esclavitud, hablar podía costar la vida. Por eso, las mujeres negras hablaban con el cabello. Cada trenza era un código: un mapa, una ruta de escape, una esperanza. Algunas señalaban caminos, otras llevaban semillas escondidas para sembrar en libertad.
En Cañete y Chincha, aún se escucha: “Esta trenza es antigua. Salvaba gente.” No hay libros, solo memoria viva, de abuela a nieta.
Hoy, trenzarse es identidad y orgullo. Activistas afroperuanas recuperan estos peinados como símbolos de resistencia. Porque el cabello sigue siendo territorio, y cada cabeza negra, un mapa de dignidad.